14 nov 2017

RENACER

Fotografía por Elba Koschel



Un día me comprometí a seguirte, seguirte hasta el fin del mundo si esto me fuera posible. Busqué desesperada los caminos y tropecé infinidad de veces, el cansancio se apoderó de mí otras tantas, pero no claudiqué, no me lo tenía permitido, jamás lo haría. Cada vez estabas más lejos, pues te movías a una velocidad imposible para mis piernas, así lo ordenaba tu egocentrismo y ya eras inalcanzable para mis alargadas manos, y el deseo de retenerte fue disminuyendo.
Mi corazón palpitaba más fuerte aproximándose al colapso. Mi mente le ordenaba a mi cuerpo el reposo, ya no daba para más, me faltaba el aire y un repentino torbellino me atrapó, así estuve días, meses, años. Mareada por la vida y tu ausencia, me fui derrumbando cada día y caí de lleno sobre la hierba a un lado del riachuelo. Una retraída ave me observaba, se reía de mí. Se veía tan solitaria, peor que yo, y creo que hasta un gesto lastimero me ofrendó.
Desvié la mirada y la ignoré. Cada quién sigue su vida, ella con sus alas y yo aquí tumbada, desganada, derrotada.
Dentro de mi cansancio, con un cuerpo vencido y los anhelos que no me permitían rendir, elevé la frente y mis ojos enfocaron tu figura, dibujando momentos pasados, sonrisas, abrazos eternos, mi mente se llenó de ti.
Supe que me esperabas, aunque te divisaba de espaldas frente a tu destino, tratando de fingir tu tempestad, tercamente sumido en tu entorno. Buscando pretextos donde no existiera yo, también huías de mí, de mis recuerdos.
Pero los dos corazones, el tuyo y el mío, liados con un listón de colores desde el comienzo, conversaban sin cesar, se decían tantas cosas bonitas en un tono firme y melodioso. Traspasando las fronteras del orgullo, comenzaron a sonreír y fue así que empezó una tibieza inexplicable  en mi ser, me llenó de fuerza.
Entonces, con las exageradas palpitaciones en mi pecho, comencé a enderezar lenta pero decidida, aunque mi cabeza vaciló repetidamente enterrándose en la arena, logré ponerme de pie.
Y con la solidez de la promesa que te hice, ahogando mi egoísmo empecé a dar los pasos, uno tras otro en tu dirección.
El ave alzó su vuelo firme salpicándonos con una mirada de esperanza, irradiando complicidad, con una seguridad propia de los que ven el mundo desde arriba.
Nosotros, aquí abajo, nos dejamos llevar por los sentimientos del pasado, nuestra vida resurgía de nuevo.

POR NORMA VELÁZQUEZ-JURGEIT

22 feb 2017

CORAZÓN DE PINOLE novela



Primer capítulo del libro CORAZÓN DE PINOLE novela
Una historia de amor,desilusión y tragedia. Una novela para reflexionar sobre algunos episodios más o menos reales de negligencia médica y tráfico de órganos. Un trama romántico de amor y desamor, en un escenario real campirano que se quedará para siempre en el corazón...

 


EL COMIENZO DEL FINAL


El salón de eventos de la Unión Ganadera vestía de gala, exagerando un poco en empalagosos adornos que en cualquier otra época del año, pero se expandía un entusiasmo colectivo.
  El bullicio de la cantidad de gente se mezclaba con la música en un unísono incomprensible, perdía el ritmo en un ambiente que debería ser agradable para Alicia. El nuevo año estaba por arribar y las ilusiones de que por fin algo nuevo llegara a su vida, pero lo único que se faroleaba en su cara, era la desilusión de ver a Ernesto sumido en la atención de otra y robando caricias escondidas.
  Hacía poco había entrado el nuevo partido político en el poder, intentando rescatar costumbres olvidadas de un pueblo que se empeñaba en el modernismo. Se tomó como tradición la despedida del año, con el festejo del natalicio del compositor mexicano Silvestre Revueltas, nacido un 31 de diciembre. Y la celebración concluía al dar las doce con la mejor de sus obras, el hermoso poema sinfónico con un estilo propio. Algunas filarmónicas en varias partes del mundo, han tenido el honor de tocar esta obra maestra, pero se escogió para el evento, la mejor presentación de un video de las redes sociales. La grabación de la Filarmónica de Berlín con  el maestro Gustavo Dudamel. Y justamente en ese momento se proyectaba en una pantalla gigante al final del salón. Moría un año, arrastrándose como culebra para pasar a otro mejor. Sensemayá se murió.    
  Para Alicia no había mucho que festejar, salió del salón después de que recogió el abrigo que tenía colgado en el respaldo de la silla. Las ganas de seguir celebrando, se fueron apagando conforme las copas fluían en la mesa, entre conversaciones poco entendibles, movimientos incontrolables, ridículos al fin. Las voces y tema perdían el interés. La impaciencia le llegó al ver las manos de Ernesto liadas descaradamente alrededor del cuello de María Antonia. La risa por demás cínica y las palabras terminadas en sílabas largas de una conversación que no entendía y que aparte le quedaba al otro lado de la mesa. Observaba pensativa las caras de cada uno que conocía de hacía tiempo, pero que ahora le parecían desconocidas. No le daba gana dar explicaciones de su partida, tampoco sentía el derecho de echar a perder el bello momento que disfrutaban los otros, el disgusto e incomodidad eran cosa suya nada más. Marisela se sumía en una charla con un grupo de amigos que hacía tiempo no veía, olvidando por ratos a su amiga. Mientras los intrigantes y enamoradizos ojos de Fermín no se le quitaban de encima, pero Miriam interrumpía celosamente el interés puesto en Alicia, con un comentario insulso interponiendo mitad de su cuerpo entre ellos. Jorge estaba sentado una mesa más allá, pero frente a ella y aprovechando las pausadas miradas de Alicia, le sonreía más tímido que otra cosa. Esperaba desprenderse de una conversación poco interesante y correr a su lado, pero los compañeros no le daban oportunidad. Estiró el cuello más de la cuenta en cuanto la vio dejar la silla, pero una persona se interpuso entre ambos y ya no supo qué dirección tomó. Tal vez si hubiese sabido que dejaba la fiesta ahora, sin pensarlo dos veces, hubiese ido tras de ella. Esperó largo rato con el cuello alargado sin perder la esperanza de verla aparecer.


No despegaba la mirada de la entrada a los sanitarios y conforme pasaba el tiempo, la impaciencia se apoderaba de él y entonces decidió salir en su busca. En la puerta recibió con desilusión la noticia de que se había marchado. Al pasar frente a la mesa de Ernesto y verlo inmerso en la divertida charla con María Antonia y los movimientos de ambos que no dejaban nada a la imaginación, comprendió entonces, con justa razón, la partida de Alicia.

La noche era media clara y fría, estrellada en partes y nubarrones oscuros en otras. Poco antes de salir del salón, el joven edecán se acercó y le entregó un folleto presumiendo con ello y aflorando una sonrisa, la primicia del histórico evento con bonitos deseos impresos del partido político, el responsable de la celebración, mientras le decía: ─ ¿No se quedará a recibir el nuevo año, señora? ...ya se deja ver en pantalla el video de la filarmónica despidiendo el año viejo ─con un movimiento de cabeza, contestó que no, mientras miraba hacia atrás con la esperanza de que Ernesto la hubiese seguido, que le hubiese explicado, pero él ni siquiera se percató de su ausencia. Pensó que era mejor así, entonces miró al chico y enseguida le dijo con una leve tristeza en el tono de su voz: ─Solo vine a conmemorar el cumpleaños de Silvestre Revueltas y la celebración concluye ahora ─entonces le sonrió, como sólo ella sabía hacerlo, con un sonrisa que robaba el alma de cualquiera, después le dio las gracias y salió enseguida. Dobló en dos partes el papel y lo metió al bolsillo, se arropó hasta la nuca con las solapas del abrigo, al sentir el fuerte viento invernal chillándole en las orejas y haciendo que le corrieran lágrimas por las mejillas, luego metió las desnudas manos a los bolsillos para protegerlas del frío.
  Mientras se alejaba, la hermosa obra Sensemayá (canto para matar a una culebra) le seguía los pasos y ponía fin al año viejo...

La culebra muerta no puede comer,
la culebra muerta no puede silbar,
no puede caminar,
no puede correr.
La culebra muerta no puede mirar,
la culebra muerta no puede beber,
no puede respirar
no puede morder.

¡Mayombé—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra...
¡Mayombé—bombe—mayombé!
Sensemayá, no se mueve...
¡Mayombé—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra...
¡Mayombé—bombe—mayombé!
Sensemayá, se murió.

...éste, se apagaba poco a poco hasta escucharse solo un murmullo poético melodioso, un momento después por la distancia, quedó en la nada. Alicia repetía en su mente, aunque movía los labios: Sensemayá se murió, la culebra se murió y ya muerta no puede hacer daño.
  No le importó caminar sola a esas horas de la noche, casi de madrugada. Después de algunos minutos ya no sentía el frío, respiraba profundo el aire fresco. Caminó sin sentir miedo por las aceras, dándole vuelta a las calles oscuras, pero esquivando las luces fuertes. Los tacones altos le empezaban a molestar, por lo tanto decidió quitárselos.
Aunque las medias de nylon se le iban deshilachando por el camino, se quedaban enganchadas en el adoquín. Pero qué podía importar, y a pesar de que el suelo estaba muy frío, eso tampoco le importó.
  Aprovechó la caminata de la tranquila noche para pensar en su vida, y darse cuenta lo mucho que extrañaba a su padre. No tenía ninguna imagen de su madre, no podía hacerle falta si nunca la conoció, pero su padre aparte de ser buen padre fue un gran amigo. Miró al cielo e intentó reconocerlo entre la multitud de estrellas, esperaba ver la cara delineada por las pequeñitas luces, fantaseando como su hija Claudia, pero no lo logró. La fantasía la abandonó hace tiempo, cuando se olvidó de ser niña e intentó seguir la vida sin preocupaciones, sin mirar al cielo.
  El frío rocío que dejaba la niebla a su paso le rozó las mejillas, la hizo parpadear, cerró un poco los ojos pero no retiró la mirada al cielo. Los nubarrones empezaron a empalmarse con movimientos rápidos, cubriendo el resto del cielo estrellado, se envolvió en el abrigo para darse calor ella misma. Las gotitas diminutas que caían desde lo alto se convirtieron en lluvia tranquila, las sintió caer pesadas, como congeladas, era el aguanieve, muy normal en esa temporada y la cara de Alicia en un segundo estaba empapada y medio entumecida, ya no podía mantener la mirada hacia el cielo. Bajó la cabeza, sacó un pañuelo y limpio la humedad de su cara, pero no eran lágrimas, los últimos días había llorado suficiente, ahora no le daba gana. Aunque la lluvia caía tranquila la empezaba a mojar ya y el cuerpo se enfriaba rápidamente.
  Disfrutó el fresco viento contra su cara, aspiró el aire limpio varias veces, hasta sentir un ardor en la nariz por lo helado. El abrigo le empezaba a pesar, estaba muy mojado y el agua se había filtrado hasta mojarle el vestido.
Las gotas caían ya despacio a través del dobladillo, mojándole los tobillos. Pensó acelerar el paso antes de quedarse congelada a medio camino.
   Estaba llegando al puente de la entrada al pueblo, el ancho puente que permite cruzar el río, por donde a diario pasaba en su jeep pero nunca lo había cruzado a pie y se sentía extraña y divertida de poder hacerlo ahora. Se detuvo un poco, para observar desde arriba la corriente tranquila del río, casi vacío. Aunque poco podía ver entre la obscuridad, pudo distinguir que en medio se alzaba una colina de arena movediza, obligando a la corriente a partirse en dos y recargarse a las orillas. Respiró aliviada cuando cruzaba el puente, estaba llegando a casa, no pensó más en Ernesto, ya nada le preocupaba de él. Estaba cansada y totalmente mojada, lo único que quería era llegar a casa y darse un baño tibio como lo acostumbraba de pequeña, después de haber estado afuera jugando en los charcos que dejaba la lluvia.
  Entraba a la colonia de Colinas, el alumbrado público iluminaba sus pasos acelerados y tiritando de frío. No había tráfico, las calles estaban vacías, nadie la vio caminar descalza por las aceras. Los pocos vecinos que había, sino dormían profundamente, entonces estaban con el resto del pueblo en el salón de la Unión Ganadera, en la celebración colectiva.
  Abrió la puerta de la entrada y deseó con todo su corazón que las gemelas no la sintieran llegar, no sabría qué decirles, no tenía ganas de darles explicaciones. Sus hijas ya dormían y ella estaba cansada, muy cansada y el frío le carcomía la carne y le empezaba a congelar hasta los huesos. Subió las escaleras dejando una huella de agua helada de sus pisadas tras de sí. Una vez en el dormitorio, dejó caer la ropa empapada sobre el piso y se encaminó desnuda al cuarto de baño.
  Abrió la llave del agua caliente y después la mezcló con un poco de fría. Se introdujo en la regadera deteniéndose con las asideras para no resbalar, ya no sentía los dedos de los pies y casi traía congelado todo el cuerpo. Puso el agua lo más caliente que la pudo aguantar y se metió despacio bajo el chorro humeante, cerrando los ojos y disfrutando el cambio de temperatura en su cuerpo. Se quedó unos momentos bajo el chorro sin moverse, esperando sentir la acostumbrada tibieza de su cuerpo.
  En lo más escondido de su cerebro, ahí donde guardaba los más preciados recuerdos, hizo venir uno y la voz de su padre que la llamaba: Alicia, Chavelita ya tiene lista el agua. Ven ahora que se enfría de nuevo. Por tercera vez le advertía pero Alicia no lo escuchaba. Seguía poseída por el ritmo de la lluvia de la tardía primavera. Enseñando una sonrisa placentera en su rostro infantil, esa que desarmaba a Fidel nada más al verla. Entonces movía su padre la cabeza y sonreía también, le hacía una seña a la nana Chavelita para que esperara un rato más y tal vez tendría que poner agua caliente de nuevo en la bañera, pues su hija no tenía para cuando terminar aquel absorto ritual. Su pequeña no quería despedirse del juego que la divertía mucho. El agua le chorreaba por todos lados y ella seguía dando vueltas por todo el patio, a veces gritando o a veces riendo a carcajadas.
  Se ponía a tortear los charcos que se hacían en las honduras del piso, los zapatos gorgoreaban en cada impulso y las burbujitas que salían por la comisura del pie, cosquilleaban y provocaban en Alicia una carcajada que para Fidel no tenía precio. Solo le quedaba el pendiente de no verla resbalar.

  Alicia elevó las manos bajo la regadera y tuvo el impulso de ponerse a dar vueltas, tratando de imitar el recuerdo de su infancia, pero el reducido espacio no se lo permitió. Entonces dio vuelta a los grifos y cerró un momento el agua. Enseguida enjabonó el cuerpo con un gel de aroma a lavanda, se envolvió en la espuma que producía al restregarse, acarició delicadamente el hermoso cuerpo y se hizo mentalmente un pequeño reproche por tenerlo en el abandono. Volvió a dejar salir el agua más caliente que al principio, enjuagó cada centímetro hasta quedar sin rastro de la espuma y después aspiró profundamente el resto del aroma que se le quedaba prendido en la piel y el cual la acompañaría en su cama, en su sueño.
  Al momento de meterse bajo las sábanas, escuchó con desagrado que aún arrojaban cohetes pirotécnicos y muy a lo lejos, algún borracho reventaba tiros con pistola a pesar de estar prohibido. Estiró las cobijas y se cubrió hasta la cabeza, para aminorar el estruendoso ruido, pero como estaba muy cansada y el baño caliente le provocó de inmediato el sueño, enseguida se arrulló con su propia respiración.
  No sabía cuánto tiempo había pasado desde que escuchó los cohetes, tampoco supo cuánto durmió y si en realidad lo había hecho, cuando la sobresaltó la sirena de una ambulancia. Estiró la mano y acercó el reloj para poder ver la hora, ya era de día y una rayita de sol se colaba por la ventana, el nuevo año había comenzado y lo estaba haciendo muy mal.
  Restregó los ojos adormilada, los párpados los sentía de plomo, miró con tristeza el lugar vacío de al lado, el corazón le saltaba intranquilo por el sobresalto al despertar. Se recostó de nuevo sobre la almohada, se puso de lado y se acurrucó como un gatito buscando la tibieza bajo las sábanas.
  Tenía la intención de seguir durmiendo pero a lo lejos se escuchaba aún el alboroto de la ambulancia y le pareció escuchar también a los bomberos. Algún herido cómo pasaba cada año o tal vez un accidente de auto por algún borracho irresponsable. La gente estaba loca, bebían, reían envueltos en un éxtasis placentero, despidiendo y recibiendo el año.

Las palabras bárbaras e injustas de María Antonia, sin mirarla a los ojos mientras se las decía, aun resonaban en todos los rincones de la cabeza, cada una de ellas le pinchaban como agujas traicioneras en las membranas cerebrales. Pero le dolía aún más la actitud de Ernesto, por eso ella se preguntaba, después de recorrer todo una y otra vez ¿No le bastó el engaño, el desprecio con el que me hizo vivir tantos años? ¿Tenía mi padre que pagar por su cobardía, por su ambición? ¿Por qué tanta mentira, tanta hipocresía? ¿Quién les dio el derecho a “esos tres” de regir sobre la vida de los demás?
  Veía de reojo el lugar vacío, el que por muchos años perteneciera a Ernesto y el semblante ya no era angustioso, era sombrío, lleno de odio y desilusión.
  Cerró los ojos e intentó seguir durmiendo, pero en lugar de lograrlo, se transportó en el tiempo... seis meses atrás.

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6 feb 2017

COLOR CANELA




Primer capítulo del libro COLOR CANELA 
-El diario de un Poeta Caníbal- 
Una intrigante trama de suspenso, amor y tragedia, una historia que no podrás olvidar tan fácilmente


1

P

udiese haber sido el comienzo común de la semana, con la luz de la mañana ofreciendo un día caluroso y tranquilo, disfrutando la libertad que destellan las playas en las costas. Preparándose para las acciones laborales del inicio del día, sentados ante la mesa con el desayuno al frente y en familia. Pero en lugar de eso, la mitad de la ciudad de Santo Domingo se encontraba embelesada frente al televisor. Pues las imágenes grotescas no escondían lo traumatizante de la noticia. 
    Y en el lugar de los hechos, los guardias luchaban por mantener a los curiosos alejados. Apretujados se alargaban estirando el cuello más de la cuenta para no perderse nada. Reflejando el morbo y desconcierto en sus rostros.
    El joven en la camilla dejó caer un brazo al ser transportado por los socorristas, entonces uno de los curiosos que estaba en el paso, con gesto repulsivo, se apresuró a levantarlo y acomodarlo de nuevo bajo la sábana blanca embadurnada de sangre, la cuál iba cubriendo los restos. Que tan solo eran un montón de piezas, un rompecabezas humano.
    ¡Cónchole! ¿Qué le pasa al mundo? Ya no hay segurida´ pa´ lo´ isleño´ —dijo el policía jefe con el típico acento insular. Mientras elevaba una mano con intención de rascarse un poco la cabeza.
    Él como todo mundo ahí presente, no comprendía de dónde pudo haber salido toda esa pila de partes humanas. Pero no hacía falta ser experto en la materia para no darse cuenta que todas pertenecían a una sola persona. Un joven universitario que de seguro en este momento, sus familiares lo esperaban en su hogar.
    —Este pobre, salió de casa enterito y ahora lo tenemo´ que regresar en mil parte´ —le contestó sin prudencia el subordinado al policía en jefe, tratando de disimular el malestar de estómago al observar todo aquel cuadro. Pero sus palabras provocaron una mirada incómoda por su chiste de mal gusto.
    Había mucho que hacer, que investigar y todo mundo ahí reunido se hacía bolas con sus suposiciones y sospechas. Ya era el segundo que encontraban y la inexperiencia en tales casos, les incitaba a cometer errores de suma importancia para la investigación.
    En ese momento, los flashazos de una cámara les hicieron interrumpir las conjeturas que hacían todos al mismo tiempo. Entonces con un poco de brusquedad, el policía en jefe le dio un jalón al subordinado.
    —¡Andá y me espantas a ese! —le ordenó, apuntando con la barbilla en dirección a donde alguien se entretenía tomando fotos a diestra y siniestra.
    Aunque más tardaron ellos en expulsarlo, que el periodista en publicarlo por todos los medios posibles. Mientras tanto la ambulancia se ponía en marcha con la sirena en silencio. Ya no había prisa por llegar a algún lado y la gente poco a poco se empezaba a esparcir, comentando entre ellos, haciendo también conjeturas o advirtiendo por la inseguridad de caminar solos por la noche. La hermosa isla caribeña, había dejado su tranquilidad en el pasado y daba paso a una etapa de tragedia e incertidumbre.
    Julio César se abría camino entre la multitud, después de estar largo rato observando. De mala gana empujaba a toda persona que le obstruía el paso. Maldiciendo, logró escabullirse y se alejó de prisa con la cara llena de preocupación. Caminó de largo por un buen rato y entonces llegó a un banco solitario en el malecón, y enseguida se sentó. El estómago lo traía revuelto y se esforzaba por contener las ganas de vomitar, pero las imágenes que acababa de percibir, no se apartaban de su mente ni un segundo.
    Con un movimiento espontáneo, el joven se puso de pie y apenas le dio la vuelta al banco, echó todo lo que traía. Sacó un pañuelo y limpió la boca y de paso las lágrimas que brotaron por el esfuerzo. Sosteniéndose por la orilla del asiento, lo volvió a rodear y se dejó caer, en ese momento un coche pasaba cerca de la acera y se detuvo justo donde él estaba sentado. Levantó la mirada y se encontró con la de su tío, el policía en jefe.
    —¿Qué hace´ aquí? —con tono enérgico lo enfrentó—. ¿Acaso no deberías estar en la universida´? —Julio César disimulaba apenas el terrible malestar por el que pasaba y en lugar de contestar, desvió la mirada al lado contrario de la del tío, e intentó poner en orden los rizos de su pelo. Entonces el hermano de su madre le exigió —¡Andá muchacho!  ¡Súbete!
    Rodeó el coche obedeciendo sin chistar pues le tenía respeto, aunque casi siempre el tío le consentía maldades del grupo de jóvenes con los que se juntaba. Para Julio César contar con él entre la policía, era una satisfacción que todos sus compañeros le envidiaban, y más cuando éste le solapaba todas las diabluras de jóvenes descarriados que se les ocurrían. Una vez que se introdujo en el auto, cerró la puerta con un agresivo jalón y entonces respiró profundo, queriendo espantar el fantasma de mil piezas humanas que lo perseguía.
    —¿Conocías al chico? —le preguntó su tío mientras lo observaba por el retrovisor.
Sabía muy bien que Julio César había estado entre la bola de curiosos, pues lo divisó a lo lejos mientras él debatía la situación con compañeros que sabían menos que él.
    —No, pero sé que asistía también a la universidad —le dijo mientras desviaba la mirada a un lado, le mintió sin titubeos.
    Cómo una ráfaga de recuerdos en su memoria, le vinieron dos escenas a su mente del viernes ya muy tarde en la lunada. La sombra de Alberto, el chico muerto que ahora cargaban en la camilla, pasando a lo lejos mientras él se aferraba al cuerpo de Juana María, en un balanceo animal cadente de delicadeza. Y la segunda; Alberto abandonando el grupo con sus cosas bajo el brazo, con el semblante serio lo vio perderse en la penumbra de la noche, y jamás lo volvería a ver vivo y en una pieza. Al pensar esto, apretó con fuerza la barriga, el estómago le protestó de nuevo, pero la voz de su tío le ayudó a tolerar el malestar. 
    —Pues ahora debes cuidarte de no andar con tontería´ aléjate de esa vaina, oiiite y de la bola de amigote´. No sé qué pasando pero no quiero ir algún día a recogerte en esa´ condicione´ —advirtió en un tono terminante.
    El subordinado giró la cabeza al escuchar la advertencia y después le dirigió una mirada compasiva a Julio César. Pero el chico solo torció la boca con una sonrisita irónica.
    Este tipo jodeque el diablo, no aguanto una ma´” pensó Julio César pero sin atreverse a llevarle la contraria. Sabía que ya estaba cansando a su tío y le convenía tenerlo de su parte.
    Bajó del coche frente al campus universitario y así como cuando subió, cerró la puerta de un exagerado golpe, el tío agitó negativamente la cabeza. Mientras que el subordinado con un gesto de complicidad, le chocaba la mano que el chico le extendía a través de la ventanilla. Entonces los dos rieron en una sonora carcajada, ignorando la desaprobación del tío. Después, el chico se alejó corriendo cruzando la calle en zigzagueos, con la intención de evitar la cantidad de coches que pasaban haciendo sonar la bocina.
    Lo´ jóvene´ de hoy, ya no tienen repeto por nadie y ahí tiene la´ consecuencia´ —le dijo molesto el tío, al momento que aceleraba el coche policial por la avenida España. A lo lejos Julio César se reunía con la bola de amigos, que en cuanto lo vieron llegar, corrieron a su encuentro y lo rodearon jubilosos, dejando ver lo popular que era entre ellos.
    La mañana era tibia y el día corría para esos jóvenes como cualquier otro. La tristeza que sintieron al enterarse fue fugaz, ellos siguieron con su vida ignorando la tragedia que invadía a la familia de Alberto en algún lugar de Santo Domingo. Siempre fue muy retraído y le costaba compartir con ellos sus insensatas ideas, aunque continuamente estaba presente en sus reuniones, poco sabían de él.
    Mientras tanto, el cuerpo en un cuarto forense tomaba forma del  joven que no rebasaba los dieciocho años. Entre la pierna denotaba un pequeño vacío, aunque las demás piezas del rompecabezas humano encajaban bien. Se iban instalando una tras otra por dos personas cabizbajas, despacio y en silencio, concentradas en una labor difícil, pues ninguno de los dos recordaba haber vivido algo parecido. Y en lo que corría del mes ya se contaban dos...

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